Cumplir nuestros objetivos personales o profesionales requiere una intención clara y una acción consecuente.

El propósito se complica, cuando no siempre convertimos en acción aquello que esperamos, con el consiguiente fracaso en el cumplimiento de nuestros objetivos.

Nuestras intenciones se sustentan en nuestro cuerpo por una red de conexiones nerviosas que dibujan su propio mapa cerebral. Para poder transfórmalas en acción, necesitamos reconocerlas y crear los canales adecuados para su expresión.

Por ejemplo, si quiero alcanzar un pote de confitura que se encuentra en una estantería por encima de mi cabeza, necesito la suficiente fuerza y flexibilidad de las articulaciones de mis brazos, para ejecutar ese gesto. Sin la eficacia de mi movimiento, alcanzar el pote, se convertirá en un temible esfuerzo o pura quimera que me hará depender de otros.

Si quiero escribir o publicar un libro, lo más normal, es que empiece a hacerlo y contacte con editores que me ayuden a conseguirlo. Pero para escribir un libro, necesito ideas, creatividad, disciplina y ponerme a la tarea, me guste o no, me sienta creativo o no. Si esa intención se queda solo en una idea, me sentiré a la larga frustrado, incapaz de concretizar tal deseo. Ese sentimiento de frustración, enturbiará mi objetivo.

Lo que nos hace capaces o no (de ejecutar tal o tal acción) es nuestra capacidad de dar vía libre a la expresión de nuestros propósitos, convirtiéndolos en acciones concretas alineadas con nuestros motivos verdaderos.

¿Pero cómo identificar y reconocer nuestros verdaderos propósitos?

Necesitamos preguntarnos que deseamos realmente y si ese “querer” es lo suficientemente fuerte y coherente para empujarnos a actuar.

Algunas personas se sienten perdidas en ese camino espinoso del saber.

Los canales a través de los cuales se expresan nuestras intenciones son múltiples y variados, el lenguaje, la emoción, el movimiento, la sensación. Si esos canales se distorsionan, es claro decir, que nuestras intenciones no podrán expresarse sin contradicciones.

Expresamos nuestras emociones no siempre de forma coherente y con control.

En cuanto a la expresión de nuestros movimientos, siempre tenemos la habilidad de perfeccionarlos, hacerlos más organizados y eficientes. Al optar por más organización y creatividad por la vía del movimiento, damos soporte a la acción, ayudando a nuestro sistema nervioso y a su poderosa autorregulación.

En la medida en que aprendamos a limpiar nuestras intenciones profundas de sus contradicciones, podremos liberar la ruta de nuestros verdaderos propósitos. Al reducir nuestra falta de autogestión se abrirán nuevas vías de autoconocimiento.

Sin una intención clara, toda acción perderá poder y no obtendrá los debidos resultados.

Para ello preguntémonos,

¿Cuáles son mis verdaderos objetivos personales o profesionales?

¿Qué necesito aprender o desaprender para alcanzarlos?

¿Qué ganaré al hacerlo?

Si respondemos a ellas, estamos seguros de empezar a reconocer aquello que nos inspira y expresarlo de forma clara y sin tapujos.

Susana Ramon

 

 

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