La pelvis o el asiento del alma

La pelvis es una de las regiones del cuerpo donde se condensan múltiples funciones orgánicas: funciones digestivas, de eliminación, de procreación, sexualidad. A nivel mecánico, la pelvis representa un centro de transmisión entre las fuerzas descendentes ligadas a la gravedad y las ascendentes, vinculadas a las fuerzas de enderezamiento de nuestro cuerpo en el espacio. Dependiendo de nuestra relación con esas fuerzas y mayoritariamente con la fuerza de gravedad, manejaremos con más o menos destreza nuestras posiciones en el espacio para poder funcionar de manera armoniosa, sin tensiones en nuestro día a día. En un cuerpo normalmente estable y equilibrado, el centro de gravedad se encuentra en la pelvis, en la parte anterior de la segunda vertebra sacra, S-2. Este punto de gravedad también representa un centro donde converge el peso corporal y se equilibran las fuerzas gravitatorias del cuerpo en los tres planos espaciales. Ese centro cambia, según como se desplaza el peso del cuerpo en el espacio y según la masa y el peso corporal de la persona. En muchas tradiciones orientales encontramos la noción de centro gravitatorio ligado a un punto energético, de centraje personal, el Chi en China, el Hara en Japón. De ahí se dice, que la pelvis es el asiento del alma, pues la percepción y el dominio o control de esta zona corporal (dejando aparte las funciones ligadas al control de los esfínteres en la infancia), nos permite sentirnos personas más seguras y arraigadas, simplemente por el mero hecho de poder recuperar sensaciones cenestésicas y una mayor sensorialidad  y dominio ligados a un centro de equilibro primordial que permite orientarse hacia las diferentes direcciones sin necesidad de esfuerzo. Recuperar el equilibrio y una buena movilidad en esta zona, será condición indispensable para no alterar la repartición de fuerzas en nuestra estructura musculo esquelética y así poder fluir en nuestros desplazamientos, posiciones, posturas, dejando el esqueleto la disposición de cumplir con su función de soporte y distribución del movimiento. Una buena diferenciación (entendemos por diferenciación en el sistema nervioso, como la capacidad de las células para diferenciarse y especializarse), de los diferentes elementos que componen esa zona corporal así como su función o rol determinará un buen uso de sí mismo. Por ejemplo, al movernos, generalmente sentimos el movimiento de la pelvis, las caderas (articulación entre la pelvis y el fémur) y la zona lumbar como un todo que se desplaza. Con una percepción más afinada del movimiento y clarificando las diferentes funciones de cada estructura podemos llegar a reequilibrar esas relaciones articulares tan importantes para la repartición de la fuerza a través de nuestro esqueleto y recuperar un movimiento más holgado al caminar, acacharse, ponerse de cuclillas o sentarse. En el caso contrario de no diferenciación y de moverse con estructuras “pegadas” o no articuladas, una o varias zonas compensaran la falta de articulación, dejando a esa zona el mérito de soportar todo el trabajo con peligro de desgaste y lesión. Es lo que ocurre con la zona lumbar cuando caderas y pelvis se mueven sin la debida articulación. Concentramos la mayor parte de la acción, en la zona de los músculos lumbares acumulando una gran cantidad de energía en esa zona, energía que no desplazada adecuadamente, producirá tensión. Al estar sentados, una buena organización de la pelvis en relación a la columna vertebral, permitirá un enderezamiento natural sin contracciones inútiles de los músculos paravertebrales y de la columna vertebral. En ese sentido, tomar conciencia de nuestros movimientos, será el medio por el cual desarrollar esa percepción de nuestro cuerpo en acción e impulsar nuevas acciones, modificando nuestra autoimagen y el uso que hacemos de nosotros mismos. Estando más “asentados” nos será más fácil movernos desde una visión más centrada, más alineada con nuestras intenciones, para un fluir adecuado de nuestras acciones.   Susana Ramon

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