Susana Ramon
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Si las emociones son el lenguaje del cuerpo, ¿Qué tipo de emociones expresamos cuando padecemos estrés?
Bien es sabido que el estrés se manifiesta en nuestro organismo bajo forma de reacciones físicas y químicas y respuestas neurológicas, provocadas por un armamento de neurotransmisores y péptidos, es decir sustancias químicas originadas en el cerebro y repartidas por todo nuestro organismo por un sistema organizado. Muchos son las situaciones que nos provocan estrés y un sinfín de emociones incontrolables que amargan nuestro día a día (miedo, ira, tristeza). Pero ¿qué relación tiene el estrés con las emociones y qué papel juega nuestro cuerpo en esa manifestación caótica y a la vez bien organizada que nos prepara a reaccionar antes cualquier peligro? El verdadero peligro aparece cuando un estrés de origen puntual y justificado (por ejemplo cuando estamos frente a un depredador) se convierte en crónico, pues la acción repetida de respuestas neurológicas y químicas en el cuerpo afectara nuestra salud (órganos, tejidos, sistema inmunitario, musculo esquelético).
¿Qué ocurre cuando padecemos estrés?
El estrés siempre se relaciona con la supervivencia pues es un mecanismo de defensa cuya función es alertarnos y reaccionar ante cualquier peligro. Las emociones que acompañan ese estado de supervivencia tienen el rol de protegernos y de reequilibrar el cuerpo en caso de necesidad. Veamos como todo ello se origina en el cerebro.
Los inputs externos desagradables o estresores, llegan a nosotros por nuestros órganos sensoriales los cuales están en relación con la memoria emocional del cerebro a través del hipotálamo. De esta manera también se activan emociones para alertarnos, basadas en experiencias pasadas, que permitirán una respuesta adecuada a le estrés.
Existen dos tipos de respuesta al estrés, la neurológica y la química.
La respuesta neurológica es la más rápida e implica al sistema nervioso autónomo, que se activa transmitiendo la información a los nervios que inervan las glándulas suprarrenales. A la velocidad del rayo, llegan estas informaciones que permiten la secreción de adrenalina que pasa inmediatamente al torrente sanguíneo, produciendo las consecuentes respuestas corporales para enfrentar la situación de estrés.
La respuesta química es la vía más lenta. Situaciones externas o nuestros propios pensamientos, pueden producir estrés y hacernos reaccionar, activando diferentes circuitos neuronales que envían señales al hipotálamo, para que produzca péptidos, es decir sustancias químicas indicadoras de cómo debe activarse el cuerpo en tal situación. Estas sustancias liberadas, envían señales a la hipófisis, que a la vez fabrica otros péptidos u hormonas que se abren camino hacia las glándulas suprarrenales. donde se segregan glucocorticoides, que también activaran procesos químicos en el cuerpo.
Esta situación tiene como escenario nuestro organismo, se generan reacciones que a la larga pueden provocar hábitos o incluso adicciones inconscientes. Reaccionamos siempre de la misma manera a ciertas situaciones estresantes generando una química continua en el organismo.
Las emociones tienen su sello particular a la hora de reaccionar al estrés, pues son la vertiente de nuestros pensamientos y se fundamentan según experiencias pasadas. Por ejemplo si cuando éramos pequeños ciertas situaciones nos provocaban ansiedad, adultos podremos revivir esa emoción aun cuando no vivamos la misma situación pero si parecida. También las emociones resultan de una química cerebral y muchas de ellas se asocian a estados de estrés (ansiedad, miedo, ira, etc).
¿Cómo podemos reducir esos efectos en nuestro organismo y cambiar el tono de nuestras emociones? Una manera de aliviar el desgaste que supone un estrés crónico acompañado de emociones negativas, es potenciar los procesos de autorregulación de nuestro sistema nervioso y con ello cambiar las informaciones o mensajes corporales ligados al estrés. Se invierte el proceso de desgaste en los tejidos corporales, reduciendo los diferentes agentes químicos cuya función es poner el cuerpo en alerta frente a diferentes estresores. Se procesan y regulan mejor tanto las informaciones externas, como los propios pensamientos u emociones, permitiendo una mejor respuesta adaptativa al entorno.
Si las emociones son el lenguaje del cuerpo, podemos influir en tal lenguaje permitiendo un equilibrio mayor de su manifestación y de todos los procesos químicos que se liberan sin que podamos tener un cierto control sobre ello.
El trabajo consciente de nuestro cuerpo y movimiento aporta una mayor regulación en cuanto permite recuperar el equilibrio perdido, la homeostasis y así poder actuar de forma más adaptada a las situaciones que consideramos estresantes.
Ya solo resta poder actuar y reducir los efectos nefastos del estrés en el día a día.
Susana Ramon