Susana Ramon
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Cuando hablamos de cuerpo, pensamos en nuestra forma física, nuestra estética o lo que es peor, las dolencias o patologías que nos afectan. No nos paramos a pensar ni por un momento, en la importancia de nuestros movimientos o posturas corporales, para transformar nuestras sensaciones, acciones o emociones. ¿Te has parado a pensar cómo respiras cuando hablas frente a un público? ¿Qué tipo de emociones se esconden detrás de tus acciones cotidianas? La postura corporal habla por sí sola, tiene lenguaje propio, indescifrable la mayoría de las veces. Nuestras emociones, dejan huella en nuestra fisiología, como proceso químico interno, que actúa sobre nuestro estado muscular y estructura. No podemos pretender que una persona encorvada vaya confiada por la vida. Así constatamos que nuestras emociones influyen en nuestras posturas y nuestras posturas y movimientos, en nuestras emociones. Emociones como la ira o el estrés, son el resultado de un conjunto organizado de procesos donde se segregan neurotransmisores y hormonas en el torrente sanguíneo. Consecuencia de ello, son sus efectos en nuestro estado corporal y mental. Como nuestros hábitos motores, nuestros pensamientos, tienen también su realidad física en la cartografía cerebral. En esa realidad neuronal de conexiones diversas, se intercambian y crean sinergias dependiendo de los diferentes aprendizajes de nuestro día a día. Nuestras experiencias cotidianas, forjan esos mapas cambiantes. No es de extrañar, que la dinámica de nuestros movimientos y posturas puedan reflejar nuestros estados anímicos por esa propia sinergia o “contaminación” del tejido cerebral. Nuestro movimiento habla de nuestro saber estar y saber hacer como un libro abierto. Por ejemplo, el saber estar se reflejara en nuestro tono muscular, que coloreara nuestra manera hablar, comunicar o actuar ¿Estamos tensos, relajados, inquietos, confiados? También en las formas o postura que adoptamos (nuestra estructura es muy hábil para cambiar o adoptar nuevas formas según efectos del cansancio o del estrés); el saber hacer se expresará en nuestras acciones. ¿Te has parado a pensar alguna vez como andas por la calle cuando vas al trabajo? ¿Y cuando vuelves del trabajo? ¿Qué posturas adoptas cuando trabajas? ¿Y con los amigos? ¿Te has percatado alguna vez del esfuerzo “corporal” que debes hacer cuando algo no te motiva? ¿Y qué ocurre cuando disfrutas de tu hobby u otra actividad placentera? Observarás que te sientes ligero y no ves pasar el tiempo. El cuerpo es la base sobre la cual se fundamentan el pensar, el sentir, el emocionarse o el actuar.
Por ello, renovar nuestros movimientos y posturas, cambiar nuestra manera de hacer las cosas representa un antídoto natural, para la rigidez ya sea mental o física. No olvidemos que el cuerpo tiende a desgastarse y con él nuestra flexibilidad. En ese lenguaje oculto de nuestros movimientos, se abre la posibilidad de reforzar nuestras acciones, para ser personas más seguras, confiadas y poderosas. Una postura expansiva expresará seguridad así como una postura inestable transmitirá inseguridad.
Otro de los factores importantes en este proceso de la transformación, es la capacidad de renovarse, o permitir que algo nuevo “no revelado” emerja de nosotros. Crear orden del desorden o caos es lo que en física se denomina “entropía negativa”, habilidad de la naturaleza de ordenar los sistemas desordenados o caóticos. Esa capacidad existente en los sistemas físicos u organizacionales, existe y no siempre necesita un estímulo para operar. En ese desorden fragmentado de nuestros estados anímicos podemos crear esa unión tan deseada entre cuerpo y mente para enfocarnos en nuestros verdaderos deseos o vivir vidas más creativas.
Nuestras sensaciones nos permiten acceder a un mundo de informaciones ligadas a nuestra vivencia personal de manera más íntima, segura, indudable. Conectándonos e identificando las sensaciones de nuestros movimientos, podemos reconocer límites, necesidades, fortalezas y hábitos. Será luego necesaria una repetición para integrar un cambio substancial en nuestro saber estar y hacer. Desarrollar una presencia corporal permitirá reducir los niveles de estrés tan combatidos y habitar un cuerpo que en la mayoría de los casos es olvidado en sus necesidades profundas.
Unos minutos al día, siéntate, apoyando los pies en el suelo y haz un inventario de cómo sientes las diferentes partes de tu cuerpo. ¿Te sientes largo, pequeño, vital, derrumbado? ¿Cómo sientes tu espalda? ¿Notas tu respiración? ¿Te sientes apoyado en el suelo, en la silla? ¿Dónde notas tensiones?
Estarás seguro de escuchar ese lenguaje silencioso de tu cuerpo y convertirlo en melodía.
Susana Ramon